Defiende tu sombrero por ridículo que parezca. Con esta frase grabada a fuego me quedé tras disfrutar del espectáculo de Asier Etxeandia, El Intérprete, el año pasado. Estos días vuelve a Canarias para representar, en algunos de sus teatros, el proceso intelectual, vital y musical que padece y experimenta un niño diferente para convertirse en alguien único, irrepetible y que consigue mostrarse tal cual es, sin complejos ni limitaciones.
Ayer moría Pedro Zerolo y los mensajes que recogían las redes sociales, los medios de comunicación, los articulistas, y sus amigos, coincidían en el valor de su lucha por el colectivo LGTB, de su lucha por la igualdad. Hoy reconocido, Zerolo tuvo que sufrir muchas incomprensiones y dificultades para finalmente conseguir ser quién realmente era y defender el modelo de sociedad en el que quería vivir.
Hoy, y con la perspectiva de los años, no puedo sino mirar al niño de El Intérprete y a Pedro Zerolo, como a todos los que se pueden ver reflejados, y admirarlos por ponerse la vida «por sombrero» y adentrarse en la lucha de ser ellos mismos; no solo por defender lo que creen sino también aquello que son, que sienten, que quieren, que aman… Nadie tendría que luchar por aquello que es porque ¿dónde está escrita la verdad?, ¿dónde está escrita la razón de la felicidad?
Nunca quise rechazar a los que la sociedad catalogaba como diferentes por cualquier razón, posiblemente porque en cierto sentido yo no era «del lugar común» en el entorno en el que crecí, pero sí reconozco que, influenciada por ese entorno, mostraba cierta sorpresa y reticencia ante los más excéntricos por sus ropas, por sus costumbres, por su forma de vida…
Hoy pienso en ellos y les reconozco su valor, su fortaleza, sus ganas de ser, independientemente de los cuchicheos tras las puertas y ventanas. ¡Qué fácil es ser uno mismo en el anonimato de una gran ciudad!, pero ¡qué valor tiene ser tú en una calle Mayor de un pueblo cualquiera!
Defender tu sombrero por rídiculo que parezca. Es el tuyo y el que mejor te va a quedar. Y esto me lleva a la imagen de las refugiadas sirias sacándose el peso físico y emocional que supone un burka que reprime su verdadera identidad.
¿Cuánto tenemos que soltar, y cuán dispuestos estamos, para ser quienes somos?