Las piedras de la guerra

Estos días he estado en la región del Véneto, en el norte de Italia, en un viaje familiar de reencuentro y de muchas emociones. Entre ellas visualizar, palpar y sentir cómo un pueblo se sumerge en el dolor de una guerra y lo que supone vivirla en la piel, en la calle, en la oscuridad.

En aquella zona nuestros abuelos habrían vivido directamente dos guerras mundiales, en las que su casas fueron bombardeadas, sus comunicaciones cortadas, sus soldados y familiares asesinados….

En el Museo de la Unificación y la Guerra de Vicenza se encuentra un panel que lo dice todo y del que adjunto una fotografía: «Al soldado se le desintegra la identidad escondido en la trinchera, una destrucción que tiene consecuencias negativas más allá de la guerra. Para resistir no bastaba el coraje, era necesario un espíritu sobrehumano. No parecían personas, solo piedras tiradas en el camino. El soldado en la guerra ve cosas que no deberían ser vistas».20141022_135842

Uno de los pueblos que honra el sufrimiento padecido, las guerras están muy presentes en esta región, es Bassano del Grappa que además de ser conocido por sus exquisitos aguardientes recuerda en cada esquina el dolor de aquellos años. En estas fotos se pueden apreciar los agujeros de la artillería en las casas, el homenaje a los colgados en los árboles y el panel de mármol que señala las marcas de los ataques aéreos y de artillería en la Primera Guerra Mundial.

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Fuego y cenizas: entre la ambición y los principios

Uno de los libros sobre los que más se habla este verano entre políticos y profesionales de comunicación política es Fuego y cenizas, de Michael Ignatieff (TAURUS).

Fuego y Cenizas/TAURUS

Ignatieff, heredero de una trayectoria familiar comprometida con la política, parecía ser la figura que Canadá necesitaba en un escenario de crisis y desencanto social: un hombre cabal, intelectual, culto y cosmopolita que podría haber sido el punto de inflexión para un verdadero cambio.

Todo quedó en nada, todo quedó en cenizas, y el por qué lo explica en un libro que no desanima a aquellos que quieren dedicarse a la política, pero en el que la describe tal cual es.

“A la política hay que entrar conociéndola, siendo un profesional de la política”. No está hecha para oportunistas ni para traspolar a su ring las artes de la literatura, la oratoria, así sin más; la política requiere de su lenguaje, de sus formas y sus estrategias propias.

La clave de un fracaso político reside principalmente en la falta de conexión con la sociedad, sin menospreciar el desgaste que suponen las intrigas y luchas de poder dentro de las propias fuerzas políticas, y los ataques más o menos efectivos de los adversarios.

La distensión entre electores y electorado no puede ser siempre teorizada, no puede ser siempre cuantificada, porque el mensaje puede ser recibido de manera diferente a como se emitió. Creo que Ignatieff, en su libro,  lanza una mirada crítica a los expertos en comunicación política. A las teorías, a los informes, a las estadísticas… Si la sociedad no te da «el derecho a ser escuchado» nada es posible.

Para el canadiense, lo importante es conocer de manera efectiva las necesidades reales del público objetivo. Y para ello  es imprescindible «bajar al terreno», bajar al nivel de la calle, y aún así, el éxito no está garantizado.

“Si la política se convierte en virtual, y sólo se proyecta a través de las Redes Sociales o de la televisión, estaremos perdidos porque estaremos  en manos del aspecto teórico de la política, en mano de asesores y expertos, no en mano de la sociedad que nos demanda. La política tiene que ser algo corpóreo  porque la confianza es corpórea”.

Ignatieff en Toronto. Babelia

 

«En política el verdadero mensaje es el físico el que envían tus ojos y tus manos. Tu cuerpo debe comunicar que se puede confiar en ti». El contacto físico, palpar la calle, ser uno más, aporta información que ningún estudio teórico puede dar.

Ese contacto viene a minimizar, según Ignatieff  “la brecha que existe con los votantes  y que no se puede cerrar totalmente ya que el político posee información que no es transmitible». Aún así «siempre hay que darle más importancia  a las cuestiones que afectan a la gente en general, aunque sean menos numerosas que las que afectan al resto de políticos y periodistas del ramo”.

En ocasiones es difícil alejarse de la Política para centrarse en lo que de verdad percibe el ciudadano. Inmersos en una campaña política, en el desarrollo de una Ley o en el Gobierno de un país, se pierde fácilmente la perspectiva local y ésta es la que debe predominar y marcar la agenda.

Tampoco ese contacto le funcionó a Ignatieff porque, como él describe, también tuvo que lidiar con luchas internas y campañas agresivas que le atacaban desde el punto de vista personal.

Por ello hay que dominar muchos frentes para asumir un compromiso público, proponerse candidato y luchar por la victoria: no solo la buena presencia, la inteligencia y la oratoria son garantías de éxito.

Desde el punto de vista de la persona, de la intención, la primera pregunta que se hace en el libro es ¿por qué se entra en política? ¿Dónde empieza todo?

Ignatieff lo tiene claro, los canadienses estaban en la finalidad de su intención, pero también habia ambición y confianza en sus posibilidades.

Pocos politicos reconocerían que  buscan en  la política ambición de poder; muchos hablarían de compromiso social principalmente; pero sea cual fuere el objetivo de cada cual la ambición adquiere un protagonismo especial.

Según la RAE la ambición es el deseo ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama. Como definición la caricaturiza, le otorga el aspecto superficial y negativo que lleva asociado el término: si para obtener poder tengo que trabajar por la comunidad, así sea.

Muchos le darían la vuelta: trabajando por los demás, entendiendo sus problemas se obtiene poder, pero también respeto, derecho a ser escuchado tal y como refiere Ignatieff en su libro. Conseguirlo no es nada fácil y hay que trabajar con mucha ilusión y también con ambición.

Sin ambición no hay políticos ya que también la podemos considerar como el deseo ardiente de hacer, mejorar, evolucionar; en definitiva rechazar ser un mero espectador de lo que acontece.

El buen político debe encontrar un equilibrio entre ambición y principios, entre poder y servicio. La dedicación política es un pacto con los ciudadanos pero también es un pacto entre actores que se mueven en un mismo ámbito. La vida pública es un gran acuerdo en en el que todas las partes tienen que contribuir y ceder en algo.

En definitiva establecer una línea en la seamos capaces de construir como dice Antoni Gutiérrez-Rubí (El relato en política), «un nosotros para formar parte de una historia común… y hacer Historia».

Conseguir ese acuerdo no es facil, pero no se alcanza jamás malversando, prevaricando y delinquiendo fruto de «mal relacionar» poder, política y ambición.

El escenario debe cambiar, los protagonistas también.  Politicos ambiciosos que tengan como principal objetivo encontrar soluciones a los problemas complejos que plantea la sociedad hoy en día. Poder y principios no deberían ser incompatibles.

Razón y futuro: Unidad y diversidad

Razón y futuro. Estos dos atributos le ha dado hoy Felipe VI a la monarquía para que ésta pueda seguir siendo garantía de este país.

Razón como hija de la Historia de España, de un proceso que tenía que desembocar natural y constitucionalmente en su proclamación como Rey, como legítimo heredero de su padre.

 Reuters

Reuters

Esa razón de la Corona que el Rey basa en su neutralidad política, vocación integradora y cauce que permitan que entre los españoles fluyan «valores esenciales para la convivencia, para la organización y desarrollo de nuestra vida colectiva».

Pero toda nación, como dijo Felipe VI, no es solo su Historia. Gracias a ella somos y estamos, pero ahora debemos seguir avanzando con el diseño de un futuro que encaje las realidades de nuestro presente.

De ese futuro ha hablado el Jefe del Estado, y con valentía. Ha planteado abordar, desde la monarquía constitucional, cambios en las instituciones y en la actitud de los representantes públicos españoles; y ha reconocido que España es una, pero con culturas y  lenguas diversas, con territorios con inquietudes soberanistas y tierras con características peculiares, como  puede ser Canarias, que no  merecen un trato uniforme. «Unidad no es uniformidad», ha dicho el Rey.

Y si en España cabemos todos, solo será la mano tendida la que establezca puentes, y creo que Felipe VI hoy los ha ofrecido. Negarse a recibirlos es igual o mayor error que no reconocer que España necesita otra forma, otro futuro: «Esta nueva España exige profundos cambios de muchas mentalidades y actitudes».

La transformación necesaria, esa llamada segunda transición, lleva un doble esfuerzo que debe ganarse con honestidad, trabajo y ejemplo. Si fracasa, tendríamos que hablar de otros modelos, estar abiertos a cambios de mayor calado y abrir las urnas para que los ciudadanos puedan opinar sobre cómo debe ser el futuro de los pueblos que conforman España.

 

Discurso de Felipe VI

 

 

Un golpe de timón real

Después de dos años de fuerte crisis institucional en la Monarquía, el Rey ha cedido el testigo de la corona a su hijo Felipe. Sin duda un buen y revelador momento aunque se haya hecho con cierta prisa.

El sistema político de España, tras la transición, se ha basado en dos pilares principales la Monarquía y la representación política bipartita. Hoy, tras los resultados de las elecciones del 25 de mayo, no hay ninguno de ellos que no se tambalee y que pueda garantizar su propia continuidad.

El titular del discurso del Rey tras su abdicación es claro. Es necesario que pase a primera línea «una generación más joven, con nuevas energías, decidida a emprender las reformas»

Sin cambio no hay avance

Sin cambio no hay avance

Un relevo … ¿para que todo siga igual o para que se produzca un verdadero avance?

Bajo el reinado de Felipe VI, la monarquía tendrá que cambiar de rumbo para ser garante de la estabilidad del país, a la que no ha contribuido en los últimos años. No tengo duda que tendremos nuevo Rey en breve, pero no sé hasta qué punto el sistema se podrá mantener más allá.

Los partidos políticos, y con ellos las instituciones, tendrán que plantear la solución de los problemas que afectan a España desde la perspectiva de la gente, más estrechamente ligada a sus necesidades y carencias; reformando la Constitución si ello fortaleciera los vínculos que unen a España.  De otra forma, la soberanía dejaría de residir definitivamente en el pueblo.

Y si todo ello no se produce, no lamentaremos que partidos políticos de nuevo cuño irrumpan queriendo cambiar moldes, clichés y conductas viciadas; lamentaremos otro tipo de movimientos a los que el sistema, entonces demasiado arcaico, no podrä hacer frente.

No quisiera creer, que este anuncio, una semana después de las Elecciones Europeas, sólo sirva para hacer efectivo un relevo anunciado y para acallar esas voces disonantes con el status quo actual. Se habría perdido una oportunidad de oro para poner a punto este maltrecho país con un golpe de timón real.